El que lucha con monstruos debe cuidar que en el proceso no se convierta en uno de ellos, cuando miras dentro del abismo, el abismo tambien mira dentro de ti. F. Nietsche
Intento salir de una ciudad sitiada por la nieve pero nos retienen allí, sin más opción que esperar al día siguiente. Por suerte consigo un sitio para pasar la noche tras una hora de angustia, deteniendo así en la imaginación la proyección de mi imagen con los ojos bien abiertos toda la noche ocupando sitio en algún banco de la estación hasta que salga el primer autobús hacia mi lugar de destino, situación que no me apetece en absoluto experimentar.
A la mañana siguiente me dirijo a la estación con la esperanza de que el temporal no sea óbice para viajar. Me informo. No hay problema. Sensación inmediata de alivio por un lado y de cierto temor por otro de cómo será el estado de la carretera.
El autobús lleno. Se sienta a mi lado una chica que aparenta unos 18 años. Me pregunta que si voy a Barcelona y le digo que no, que me bajo unos cuantos cientos de kilómetros antes. Me pregunta también que si soy española, de digo que sí y le pregunto de dónde es, me contesta que es de Rumanía, de Bucarest. Dice que está embarazada, que tiene 22 años y que va a ver a su novio a Barcelona, que son muchas horas de viaje para alguien que se encuentra mal, porque ya empieza a sentirse mareada. Su novio es muy celoso, se pegan y se insultan, pero como va a tener un hijo suyo se va allí a verle, pero no sabe cuánto tiempo se va a quedar. Tuvo otro novio antes, con el que también se insultaba y se pegaba. Todo su relato es carente de emoción, la normalidad con la que habla de los episodios violentos, me transmite su rutina de malestar, la cual acepta y asume. No la juzgo, me mimetizo en espejo, pero ella no se quiere mirar, ya conoce su imagen de memoria . Me atrevo a preguntarle que si ella es feliz así, pero ella dice que es mejor eso que estar sola. Se duerme. Me duermo.
Me despierta señalándome el paisaje nevado.
Se duerme.
Yo me quedo en un estado de semiinconsciencia, entre el sueño y la vigilia.
Dos mujeres en el asiento de atrás, con marcado acento sudamericano comienzan a hablar de meteoritos y de la Nasa. Un meteorito puede alcanzar tal velocidad que su impacto en la Tierra acabará con la humanidad. Una de ellas dice que intenta disfrutar de la vida, quizá pensando que en cualquier momento un metorito nos la quite. Ahora ya no es Dios quien decide nuestro sino, es un meteorito y la información confidencial de la Nasa a quien tenemos que rendir pleitesía y oración. La cadencia de sus acentos ensombrecida por el fin del mundo. Comienzo a pensar en el Universo Infinito y comienzo a estrujar con fuerza la cortina de la ventana. Sólo deseo dormir...