La hija abrió con la llave que aún conservaba del domicilio familiar. Se saludaron ambas con un lánguido formalismo coloquial. La hija se lavó las manos y después se dirigió al comedor. La madre ,mientras, colocaba los platos, los vasos, la botella de agua...La hija encendió el televisor, buscó un canal de noticias y musitó para sí misma "otro día en el mundo, ¿qué hago aquí?". Se dispusieron a comer. No hablaban. la madre se limitaba a retirar cada uno de los platos cuando la hija terminaba. La hija llenaba su vacío ayudándose del agua para arrastrar la amalgama de alimento por su esófago y así acelerar su sensación de saciedad. Sintió una desagradable opresión en el bajo vientre y la regurgitación comenzaba a ser inminente, por lo que se incorporó para volver a abandonarse en el sofá de siempre, en la postura de siempre. La espalda apoyada de perfil en uno de los brazos del sofá y en el otro sus piernas colgando. Apenas su cuerpo encajaba en el sofá en el que pasó tantas horas mirando hacia el infinito en dirección a la ventana, clavando la mirada en el mismo pedazo de cielo. Su cuerpo rebosaba hasta su propio espacio. La hija se expandía.
La madre volvió de la cocina y se sentó en el sofá contiguo al de la hija. La voz de la mujer del tiempo. Áreas de bajas presiones se dibujaban en el pedazo de cielo de la hija. La madre suspiro hastiada, pensaba en qué cocinar para su hija si ésta continuaba con vida al día siguiente. La hija de pronto se giró hacia su madre para decirle algo, pero se contuvo y permaneció en silencio.
Oferta de viajes, 25 % de descuento. "Estaría bien irnos allí" dijo la madre por hablar de algo. "Preferiría estar ahí". "¿Ahí?, ¿dónde?", respondió la madre. La hija señaló hacia el vientre sexagenario de la madre. "¿Aquí?, ¿dentro?".
"Sí y no haber salido nunca"
(hubiera sido esperable en la madre el desgañitarse, llorar, reprochar, rememorando las contracciones y las grandes arcadas del útero que la sumieron en un dolor inefable, así como el tedioso postparto protagonizado por la episotomía...Rememorando la soledad que sintió en el paritorio, pidiendo a
Empero,a la madre se le iluminó tanto el semblante que se incorporó como un resorte, se colocó en frente de su hija buscando su mirada. La hija seguía manteniendo la postura fetal. Sus globos oculares eran charcos. Había tardado casi 40 años en verbalizar aquello que más deseaba. Casi 40 años intentando evolucionar cuando se desea la involución. Son muchos años de pérdida de tiempo. No quería morir, quería ,simplemente, otra oportunidad.
La madre le tomó de la mano. Le hizo acompañarla al dormitorio y le insinuó con un gesto que permaneciera de pie, frente a ella. La madre se bajó la faja, se deshizo de las bragas y se tumbó supinamente encima de la cama. Separó sus piernas de alambre e hizo una profunda inspiración y le tomó la enorme cabezota entre sus manos en dirección a su vagina. El cuerpo de la hija comenzó a adoptar una informe masa viscosa adecuada para permitir su paso por la vagina. La hija transformada en mórula no quiso llegar al fondo del útero, por lo que se detuvo en la trompa de falopio...