28.4.07

Marie Yvonne, ne pleure pas...

Se llamaba Marie Yvonne. Era la definición de fealdad, mas sus dos vástagos eran bellos ejemplares francesitos. Su pareja, François, ya no la quería, no la deseaba, sólo se beneficiaba de ella como cuidadora de sus dos creaciones. Por el trabajo de son mari ella daba tumbos por distintas geografías con él, y él daba embestidas traseras a los nativos de las ciudades en las que se establecían temporalmente. La ceguera en color de ella le impedía tener contacto con la realidad. Lo único real de todo aquello eran los dos niños rubios que comenzaban a enfermar de angustia. Estuvieron los cuatro durante un año en la ciudad, después retornaron á la France.
Fueron a vivir a una pequeña ciudad del centro, en un impasse. François me vino a buscar a la estación de autobuses. Le molestó que fumara," es un vicio sucio y maloliente". Él hubiera preferido que esnifase coca como él, ya que era un hábito más higiénico, según me confesó. Tras una hora en coche llegamos al impasse. Marie Yvonne y los niños salieron a recibirnos.
A la mañana siguiente François se fue. Marie Yvonne, los niños y yo nos marchamos de viaje a la costa. Ella se empeñaba en hablarme en español. Yo la odiaba por eso, no permitía mi metamorfosis. Pasados unos días también comencé a odiar a esos monstruos rubios. Marie Yvonne no podía contenerlos. Entonces entendí cuál era el motivo de mi estancia con ellos. Me convertí en un pañuelo de lágrimas para ella y en una diana de caillous para los petits enfants.
François, mientras, iba con un deportivo y con su miembro mojado por la saliva de algún amante en otra ciudad, ajeno a las lágrimas de Marie Yvonne, ajeno a la transformación de sus monstruos y ajeno al estado de desesperación por el que yo estaba pasando. Yo lo sabía todo. Ella no sabía nada. Ella me hablaba y yo me callaba.
De vuelta de la playa al apartamento los niños se convirtieron en monstruos una vez más. Marie Yvonne entró en una crisis nerviosa, cogió su coche y desapareció. Se me pasó por la cabeza aliviar su sufrimiento, pero sabía que tarde o temprano lo haría ella misma...

2 comentarios:

huelladeperro dijo...

Real como la vida misma, y qué triste... Ella se suicidará, o seguirá muerta. Los monstruítos se convertirán en monstruos grandes, de esos que hay tantos en Francia.
Él seguirá culeando y repitiendo cada mañana el mismo día gracias a la cocaína, hasta que se haga viejo y amargado y tenga que pagar chaperos cada vez más jóvenes para cada vez menos excitación.

Y tú...
tú eres mi amiga, aunque eso no te servirá de nada...

Pareidolia dijo...

Huella de perro: me sirve, y de mucho
Saludos